MARIANO GENDRA GIGENA | Para mdzol.com
DOMINGO, 2 DE OCTUBRE DE 2022
Agosto terminó con una abrupta caída del consumo que, según consultoras privadas, rondó el 7,3%. En julio no nos había ido mucho mejor: la caída fue del 6,2%, y también habían sido negativos los cuatro meses anteriores.
Los números no sorprenden si se analizan las condiciones imperantes. La primera de ellas, la altísima inflación que azota sin piedad el poder adquisitivo de los consumidores, enquistada en una crisis económica que ya se volvió crónica. La segunda, el agotamiento (o inexistencia) de herramientas de financiación al consumo, que oxigenen un poco esos bolsillos sobreendeudados a fuerza de pandemia, cuarentena eterna y devaluación.
El alza de tasas a los plazos fijos en pesos fue determinante en esta cuestión. En el afán de evitar que esos excedentes (en pesos que nadie quiere conservar debido a la pérdida de valor que experimentan día a día) se vuelquen hacia el dólar MEP o el “blue”, se desatiende su contracara: la suba indiscriminada de las tasas a los préstamos personales, que hacen de la financiación bancaria una aspiración descabellada.
La financiación con tarjeta de crédito tampoco parece una opción viable. En primer lugar, porque gran cantidad de usuarios arrastran deudas de compras en cuotas anteriores, lo que da como resultado resúmenes abultados y poco margen para nuevos consumos. Además, los costos financieros totales escalan cifras siderales, muy superiores a la inflación y, ciertamente, mucho mayores a las que puedan alcanzar los magros aumentos de los trabajadores. Y, aunque para saldos menores a $200.000 se establece un (altísimo) límite de 125% en el CFT, los saldos que superan esa cifra pueden sufrir tasas de hasta un 160 o 180%. Una locura.
Finalmente, planes de incentivo para la adquisición de electrodomésticos o artículos para el hogar, tales como Ahora 12 o 18, han visto muy recortada su oferta, además de haber cancelado la oportunidad de compra a tasa cero. Hoy, la tarjeta de crédito ya no se usa para financiar bienes durables sino gastos corrientes, del día a día: la compra del supermercado, una comida, una prenda de vestir, un medicamento. Una trampa de usura en la que caemos por llegar a fin de mes. Una espada de Damocles que se cierne principalmente sobre los sectores medios que, cada vez más sobreendeudados y empobrecidos, resisten con las pocas armas que les quedan disponibles. Más que el consumo, los verdaderos caídos.